jueves, 23 de octubre de 2008

Un Hombre de Fe


Un hombre de fe

La fe, es sin duda una de las doctrinas más poderosas registradas en la Sagradas Escrituras. Encontramos un gran arsenal de referencias bíblicas acerca del tema. Aún así, a menudo no existe una total convicción en el corazón de los hombres, sobre las promesas que Dios preparó para sus hijos.

La fe es la seguridad de lo que se espera, la firme convicción de lo que no se ve. Por la fe, el cristiano espera paciente y gozosamente que se cumpla lo que la Escritura nos enseña como promesa. La fe no se basa en imaginaciones de nuestra mente, ni en ambiciones egoístas, sino en promesas sólidas y concretas escritas en la Biblia.

El leer las promesas de fe, no garantizan absolutamente nada, a no ser que nos atrevamos a tomarlas y a vivir por ellas. Debemos aprender a no vivir por las circunstancias, sino, por las promesas divinas registradas en las Escrituras. El Apóstol Pablo escribe acertadamente a la iglesia de Roma, diciendo: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo por la fe vivirá” Ro. 1:17.

Durante mi adolescencia, experimenté períodos de inestabilidad interior. Leía la Biblia con rigurosidad, pero no me atrevía a depositar toda mi confianza en Dios. Pasé largas horas pidiendo al Señor que me diera fe para coger sus promesas, y ver mi vida victoriosa. Cuando comprendí que no debía pedir más fe, sino, usar la fe que Dios ya había puesto en mi corazón. Comencé a prestar más atención a la Palabra de Dios, ya que la fe viene por el oír, y el oír la Palabra de Dios Ro. 10:17. Tanto más leía y oía su voz, más crecía mi fe. Entonces me puse en campaña de ejercitar la fe, y los logros han sido sorprendentes. Dios me permitió fundar un Instituto Bíblico de línea pentecostal, y un ministerio pastoral llamado “Orando con Cristo” que hoy está afiliado a una iglesia internacional con presencia en 63 países.
Un sorprendente episodio en la vida de nuestro Señor Jesucristo, es el de la higuera que fue maldecida por no dar frutos. Marcos relata lo acontecido, diciendo:

“Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos.

Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado desde sus raíces.
Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios.

Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” Mr. 11:12-14; 20-24.

Este relato nos trae profundas verdades, acerca de la doctrina de la fe: Primero, se habla sobre una situación específica en la vida doméstica del Maestro. La fe es una herramienta espiritual que aplicamos día a día, desde los detalles más simples, hasta las crisis más profundas. La fe no es un “botiquín de primeros auxilios”, que usamos en algún problema, y luego de solucionado, lo volvemos a guardar. No es correcto usar la fe de esta forma, sino, tenerla presente en cada segundo de nuestra existencia. Fe es una forma de vida, basada en Dios y sus promesas.

En segundo lugar, Jesús dice: “Tened fe en Dios”. El Señor esta diciendo “tengan fe en la persona de Dios” El Señor es la fuente misma del poder, el que se manifiesta en su palabra. Nuestra fe debe estar basada en el poder divino, confiando que lo que Dios dijo se cumplirá porque Él es infalible y verdadero.

El fundamento de la redención y de las promesas divinas, es el amor. Por amor, Dios: creó al hombre, envió a Jesús para salvarle, nos entregó su revelación escrita, y por la misma razón el Señor nos preparó una morada eterna. Dudar de las promesas divinas, es dudar de su amor. Dudar de su amor, es dudar de Dios. Dudar de Dios, es pecado. El pecado trae la muerte eterna.

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” He. 11:6.

Un tercer punto es que “cualquiera” que dijere al “monte”. Es decir, que todo creyente que hable u ordene con fe, sin dudar en su corazón, Dios hará lo que él dice. Todo lo que debemos hacer es conocer las promesas divinas, indagar su perfecta voluntad, y por la fe comenzar a proclamar y conquistar las riquezas de su evangelio.

Cuando conocemos el poder de la Palabra, nos encontramos con una fuerza capaz de construir y de destruir. Al aprender el poder de la palabra de fe, hayamos un camino de autoridad.

El mundo entero fue hecho por el poder de la Palabra de Dios. La luz, los astros, las aves, los peces, los animales y el hombre, fueron hechos por la Palabra de Dios. En el principio, el Creador concibió todas las cosas en su mente, y éstas fueron hechas cuando él habló. Existe poder en las Palabras de Dios, estas tiene poder creativo. Pueden dar vida, y también quitarla. Jesucristo, es el Verbo ó Palabra de Dios, es decir, la voz oficial del Padre. Por causa de Jesucristo, fueron hechas todas las cosas, y sin él, nada habría sido creado. Jesús, es la razón de ser de la creación.

“En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho” Jn. 1: 1-3.

Los Salmos están llenos de hermosas declaraciones acerca de la Palabra de Dios, y estas nos iluminan al conocerlas.

“Envió su palabra y los sanó; los libró de su ruina” Sal. 102:20. “ Para siempre, Jehová, permanece tu palabra en los cielos” Sal. 119:89. “La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los sencillos” Sal. 119:130. “Sumamente pura es tu palabra y la ama tu siervo” Sal. 119:140. “La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia” Sal. 119:160.

Jesucristo dice, que no sólo las Palabras de Dios tienen poder, también las nuestras, si depositamos nuestra fe en la voluntad divina. “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho” Mr. 11:12-14; 20-24.

Es realmente inspirador pensar en esto. Nuestras palabras cobran poder, y pueden crear también. Nuestras palabras determinan nuestro presente y nuestro futuro. Si nos pasamos toda la vida maldiciendo, o hablando en forma negativa, de seguro que tendremos existencias sombrías y fracasadas. Si nuestra oración está llena de quejas, y nuestras palabras se concentran más en declarar los problemas, que en la solución dada por Dios en sus promesas, nuestro andar cristiano de cierto será una ruina. El creyente debe tener una palabra distinta al mundo, un hablar positivo, porque su mente y corazón están llenos de la Palabra de Dios. Somos llamados a tener la mente de Cristo 1° Co. 2:16.

Si usamos nuestras palabras, para edificar a nuestras esposas, y a nuestros hijos, podremos cosechas ricos dividendos. Nuestras palabras dan seguridad y cariño a quienes nos rodean. Si nuestra esposa, escucha constantemente: Te amo, eres maravillosa, eres la mejor cocinera del mundo, o simplemente: “Agradezco a Dios por darme una esposa como tú”. ¡Vaya! ; Esas palabras están sembrando una relación duradera.

Si nuestros hijos, siempre oyen, lo lindos e inteligentes que nos parecen. Si nuestra disciplina trae amor, fuerza y buenas palabras, ellos responderán a este estímulo. Siempre es mejor, un moderado azote en las nalgas, que una palabra de menosprecio a nuestros hijos. Nunca le diga a su hijo que es tonto, que no sirve para nada, que no tiene futuro, pues sembrará en él el desánimo y la inferioridad.

En nuestras palabras, descansa el poder de la vida y de la muerte. Muchos hombres son asesinados, no por sus obras, sino por sus palabras “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” Prov. 18:21. Cada uno de los que hemos entregado nuestras vidas al Señor, creímos en nuestro corazón, y lo declaramos con nuestra boca para ser salvos.

“Pero ¿qué dice?: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón”. Esta es la palabra de fe que predicamos: Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” Ro. 10: 8-10. Debemos hablar para ser sanos, para ser salvos, y para ser prósperos en todo.

La fe, se deposita y crece en el corazón. Es necesario que esta fe sea usada a diario, y que desatemos su poder a través de las palabras. No es suficiente con creer, debemos también proclamar nuestra fe. Somos salvos por gracia, a través de confesión de fe. Tenemos vidas victoriosas, mediante la proclamación de nuestra confianza en Jesús, y es sus promesas. “Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: “Creí, por lo cual hablé”, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” 2° Co. 4:13.

Las Sagradas Escrituras, nos revelan un formidable pasaje, en que la fe de un hombre gentil, opaca hasta la mayor fe de los devotos judíos. Cuenta Lucas, que estando Jesús en la ciudad de Capernaúm. Un oficial romano, escuchó que Jesucristo estaba en la ciudad, y como tenía a uno de sus siervos muy grave, envió ancianos para hablar con el Maestro. Vinieron a Jesús, un grupo de Judíos, rogándole que sanara al siervo del centurión. Ellos se acercaron al Maestro, y le pidieron con solicitud, diciendo: “Es digno de que le concedas esto, porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga” Lc. 7:4.

Jesús, atendió al ruego de los ancianos, y los acompañó a la casa del centurión. Pero cuando ya no estaba lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo, por lo que ni aún me tuve por digno de ir a ti; pero di la palabra y mi siervo será sanado, pues también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este: “Ve”, y va; y al otro, “Ven” y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.

Al oír esto, Jesús se maravilló de él y, volviéndose dijo a la gente que lo seguía: _Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” Lc. 7:1-10

Esta es una singular muestra de fe y humildad. El centurión romano, mostraba una mayor revelación de la majestad de Cristo, tal vez pudo comprender mejor la labor mesiánica del maestro, debido a su corazón piadoso. Jesucristo, no se molesta porque no le reciben en casa, puesto que ya le habían recibido en el corazón. Tal cual la fe del soldado romano, fue la respuesta de Jesús. El centurión confió en el poder sanador de Cristo, reconoció su autoridad sobrenatural, y creyó que aun a la distancia el poder de Jesús podía ser efectivo en sanar a su siervo. Tal fue su fe, fue su confesión, y lo que recibió. Para nosotros sigue siendo igual hoy en día.

Es importante proclamar las promesas, y no vivir en función del problema. Vamos a cosechar lo que digamos, por tanto, nuestras palabras establecen la dirección y calidad de vida. La palabra de fe, es la que se pone de acuerdo con la Palabra de Dios, y proclama sus propósitos y su voluntad. A pesar de las circunstancias, de la economía nacional o lo dicho por el doctor, yo creo y hablo las promesas divinas.

Existen cristianos que piensan que Jesús murió en la cruz, sólo para redimirnos del pecado, pero aún hay más: “El ladrón (el diablo) no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido (Jesús) para que tengan vida, y para que la tengan el abundancia” Jn. 10:10.

Cristo quiere darnos una vida bendita, libre de temor y enfermedad. Él anhela vernos prosperar en todas las áreas de nuestra vida. Porque Jesús vino para deshacer las obras del diablo 1° Jn 3:8 y librarnos de la maldición del pecado.

“Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” Hch. 10:38

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” Is. 53:4-5.

El poder y la autoridad desatados por la fe en el Hijo de Dios, no son de uso exclusivo de pastores y ministros, sino, es un derecho de todo creyente. Jesucristo dice a sus discípulos: “Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes en las manos y, aunque beban cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Mr. 16:17-18. Gloria a Dios porque esto es verdad, y está vigente para el hombre que cree sin dudar.

Nuestra fe, debe partir del concepto que Dios siempre quiere lo mejor para nosotros. No nos gastemos tratando de convencer a Dios para que nos sane, o nos bendiga, él siempre quiere hacerlo sólo espera que lo creamos.

El evangelio de Mateo, narra una conmovedora historia en la cual participa Jesús y un hombre ciego de nombre Bartimeo. Bartimeo se esfuerza por aproximarse al Maestro, con el fin de recibir un toque divino de sanidad. Este hombre muy afligido por su discapacidad, irrumpe a gritos al darse cuenta de la proximidad de Jesucristo. Bartimeo se despoja de su manto característico de hombre invidente, y a pesar de los que le pedían no molestar al Maestro, él avanzó con firmeza hasta recibir su preciada sanidad. Muchas veces, al igual que Bartimeo nos encontramos agobiados por algún mal, pero debemos despojarnos de toda duda y temor y entregarnos confiadamente en las manos poderosas de Dios. Recordemos que Jesús vino para darnos vida abundante.

El diálogo entre Bartimeo y Jesús, se registra de la siguiente manera:
“Cuando descendió Jesús del monte, lo seguía mucha gente. En esto se le acercó un leproso ante él, diciendo: _ Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: _ Quiero, sé limpio. Y al instante su lepra desapareció” Mt. 8:1-4a.

“Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él, sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo, el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino, mendigando. Al oír que era Jesús nazareno, comenzó a gritar: _ ¡Jesús, Hijo de David, tenga misericordia de mí!

Y muchos lo reprendían para que se callara, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, tenga misericordia de mí!. Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarlo; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. Él entonces arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.

Jesús le preguntó: _¿Qué quieres que te haga?. El ciego dijo: _Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: _Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino” Mr.10: 46-52.

Esto me recuerda lo acontecido algunos años atrás, en la Florida, al sur de Santiago. Visité a un enfermo en su casa, era un hombre joven que lucía muy mal debido a un cáncer al estómago. Esta terrible enfermedad consumía sus fuerzas rápidamente. Conversé unos minutos para interiorisarme de su problema, y supe que por su enfermedad, fue despedido de su trabajo, _pues era guardia de seguridad_ y su salud era incompatible con dicha labor. Supe al instante que necesitaba un milagro para ser sano, recuperar su trabajo, y poder llevar el sustento económico a su maltrecho hogar.

Lo miré a los ojos y le pregunté si creía en el poder sanador de Dios, movió su cabeza afirmativamente, esto me bastó. Puse mi mano en su cabeza y comencé a ordenar en el nombre de Jesús al cáncer, para que esta enfermedad se retirara. El muchacho comenzó a sudar y a vibrar suavemente, supe que el Espíritu Santo estaba obrando en su cuerpo. Cuando terminamos de orar, la atmósfera del hogar estaba impregnada por la presencia del Señor. Una semana más tarde consulté por el estado de aquella persona y me respondieron que estaba completamente sano, se había reincorporado a su trabajo y su hogar volvía a florecer con la gracia de Dios.

El libro de Hebreos registra un pasaje muy poético, que muestra las hazañas de los “héroes de la fe” el cual es narrado vehementemente por el autor sagrado: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos.

Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Cain, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto aun habla por ella.

Por la fe Enoc fue transpuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo transpuso Dios; Y antes que fuese transpuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.

Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de las cosas que aun no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvara, y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe.

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que habría de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Porque esperaban la ciudad que tiene fundamento, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Por la fe también Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar. Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tuvieron tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les preparó una ciudad.

¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas. Que por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon boca de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.

Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección, mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, serrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; Anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno Jer. 11:1-16, 32-37a.

Sin duda alguna, estos fantásticos ejemplos que nos animan e inspiran a depositar toda nuestra confianza en el Señor. El tema de la fe es extenso y apasionante, cuanto más lo conocemos, tanto más se fortalece nuestra vida personal. Ahora quiero señalar siete cosas que no son fe:

La fe, no es negar la verdad. Si no tenemos dinero, no debemos negar que no lo tenemos, sino decir, que Dios nos proveerá dinero conforme a sus riquezas. Fe es llamar las cosas que no son como si fueran. Mi fe proclama las promesas y no el problema que me aqueja. Sin negar que existe un problema, yo me concentro en la solución de él, a través de las promesas divinas.

“... En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo.” Jn. 16:33b. “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? 1° Jn. 5:4-5.

Las circunstancias temporales de la vida, no tienen la última palabra en nosotros. No importa cuán grande sea el problema o la enfermedad, es la Palabra de Dios, la que determina finalmente. He escuchado cientos de casos de personas que fueron clínicamente desahuciados, y de pronto aparecen completamente sanos. En cada caso, estas personas decidieron poner sus vidas y su fe en las manos del Señor. Dios los sanó completamente. “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas, le librará Jehová” Sal. 34:19
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Dios nos dio la fe, como un poderoso escudo para darnos protección y victoria en la adversidad Ef. 6:16.

La fe, no es ser negligente. Vivir por fe, no significa que Dios se va a ocupar de cumplir mis responsabilidades, y que me puedo financiar sin trabajar jamás. “El que es negligente en su trabajo es hermano del hombre destructor” Pr. 18:9. Porque el hombre que no provee lo básico en su hogar, ha negado la fe y resulta ser peor que un incrédulo 1°Ti. 5:8. Más de algún creyente, impulsado por su fervor evangelístico, deja su familia desamparada y se va como misionero, muchas veces donde nadie lo ha mandado. Aquella familia sufre pobrezas y desilusiones, y terminan culpando a Dios por la locura del jefe de hogar.

La fe, no significa no planificar. En la vida cotidiana, se hace cada vez más necesaria la planificación de las tareas, y establecer las prioridades. Una familia que no cumple con hacer un simple presupuesto de sus gastos, distribuyendo sus ingresos reales sobre necesidades primarias, sin discriminar entre lujos y necesidades vitales, está condenada a vivir en crisis.

Si gastamos más de lo que ganamos, estamos siendo irresponsables e ingenuos. Dios no va a cubrir el sobre endeudamiento caprichoso, o los gastos banales, sólo porque tenemos fe que Dios va a respaldar el consumismo. Existen cristianos que se van de vacaciones, donde se gastan todo su sueldo y sus ahorros, y vuelven a su hogar completamente desfinanciados. Normalmente, estas familias no tienen dinero para cubrir los pesados gastos del reintegro de sus hijos a clases. Esta conducta poco previsora afecta también la vida de la iglesia, pues las familias que no planificaron, ahora no tienen dinero para asistir a los cultos, o para ofrendar con generosidad, y que decir de los diezmos que muchas nunca llegan.

La fe, no es una fórmula. Es una forma de vivir, la fe fluye con todo lo que pertenece al Reino de Dios, es decir, con el amor, la fidelidad, y la paciencia. No es un “abracadabra” y ya está. Dios no está obligado a hacer nada por nosotros, que no nos haya prometido en su Palabra. Si estamos en pecado, y queremos usar nuestra fe para conseguir bienestar, debemos arrepentirnos primero, reconciliarnos con Dios, y luego usa nuestra fe para lo que corresponda.

La fe, no es imitación. Puede ser saludable imitar el proceso y la preparación personal de fe de los pastores, pero no su forma de ponerla en práctica. Existen pastores con una manera particular de orar por los enfermos, de manejar los problemas, de predicar y profetizar. Lo que enriquece la vida del creyente es analizar los principios de conducta, que aplica en cada actividad, y no imitar su forma específica.

“Acuérdense de sus pastores, que les hablaron la Palabra de Dios; y consideren cual fue el resultado de su conducta, e imiten su fe” He. 13:7 (traducción del autor)

La fe, no es manipular a Dios. El creyente no puede conseguir algo de Dios, que esté en contra de su naturaleza divina. Por el contrario, sí podemos tomar todo lo que Dios nos dio y prometió. Por fe nos apropiamos de las promesas escritas en la Palabra de Dios, tales como: Salvación, sanidad, protección y prosperidad. Teniendo, gracias a Dios todo lo suficiente para llevar vidas provechosas y felices.

Cuando tomamos nuestra herencia espiritual, estamos echando mano de lo que nos corresponde legítimamente, sin embargo, jamás perdiendo de vista que obtenemos las riquezas de una vida abundante sólo por gracia.

Abraham recibe por fe las promesas. Hace un pacto con Dios, y se apodera legítimamente de su hijo prometido, una descendencia innumerable, la tierra prometida, y que de sus lomos nacería aquel que traería bendición a toda la humanidad, es decir, el Mesías. Abraham vivió cada día tomando y creyendo las promesas, pero no avanzó ni un solo milímetro en la tierra de la manipulación. El patriarca jamás solicitó a Jehová alguna cosa contraria a la voluntad divina. No podemos manipular a Dios, aunque pensemos tener toda la fe del mundo.

La fe, no elimina el libre albedrío. No podemos mediante la oración de fe, obligar a otra persona a recibir a Cristo como su salvador personal. Es necesario que el evangelio sea predicado diligentemente en todo el mundo, y que una y otra vez se anuncie el camino de salvación por todos los medios posibles. Sin embargo, debemos saber que Dios dio un libre albedrío a cada persona, y él respeta eso.

Mediante la fe, sí podemos crear el ambiente propicio para que otras personas conozcan al Señor. Orando, testificando, invitando a la iglesia, o servicios especiales. Dios quiere que todos se salven, él nos ayudará en nuestro sincero proceso de evangelización. “El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado” Mr. 16:16.

Cuando entendemos lo que no es fe, nuestro camino queda expedito para creer. Solamente los hombres que se atreven a poner toda su confianza en Dios, son realmente vencedores. Es necesario “creer en Dios”, y “creerle a Dios”. Debido a que el Señor jamás miente, y su palabra es siempre confiable Ro.3: 4. Recordemos que Jesús dijo: “De cierto les digo, el que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará porque yo voy al Padre” Jn. 14:12. Podemos ser entonces hombres de fe.